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¿Quién es Jesús?¿Qué clase de Dios es Jesús?


Hoy vamos a abordar un tema muy especial: “¿Quién es Jesús?” o “¿Qué clase de Dios es Jesucristo?”. Mucha gente afirma creer en Dios, pero no todos coinciden en que Jesucristo sea Dios.
Para despejar esta duda, es importante acudir a lo que dicen las Escrituras, tal como señala Juan 5:39:  

Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí para que tengáis vida.


1. La importancia de las Escrituras


Cuando se mencionan las “Escrituras” en este pasaje, Jesús se refiere al texto sagrado que existía en ese momento: el conjunto de libros que hoy conocemos como el Antiguo Testamento (o Torá para el pueblo judío). Por eso, para conocer verdaderamente a Jesús, debemos investigar lo que se anunció de Él en los escritos proféticos anteriores a Su venida. 

El problema es que mucha gente no lee el Antiguo Testamento o le da pereza profundizar en él, perdiéndose de las profecías y revelaciones que apuntan directamente a la identidad divina de Jesús.


2. Jehová es Dios y no hay otro


En Deuteronomio 4:35 y 39 se nos declara con firmeza:  

A ti te fue mostrado para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él.  
Aprende pues hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra, y no hay otro.


Estos versículos señalan la absoluta unicidad de Dios: no existe ningún otro Dios aparte de Él. Pese a ello, en el mundo encontramos multitud de creencias y denominaciones. Algunos creen en dioses diferentes o tienen conceptos erróneos basados en tradiciones humanas. 

Por ejemplo, muchas personas confunden la naturaleza de Dios con la doctrina de la Trinidad, interpretando a “Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo” como si fueran tres dioses, cuando la Biblia insiste en que no hay otro Dios aparte de Jehová.


3. El encuentro con la verdad: Jesucristo es Dios


En una pequeña librería, llena de personas, ocurrió un encuentro que cambió vidas y sembró nuevas convicciones. Una persona, movida por el Espíritu Santo , decidió visitar el lugar todos los días con el objetivo de hablar con un hombre en particular. Este hombre, conocido como Don Bernardo, era un firme defensor de la doctrina trinitaria: la creencia en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo como entidades distintas, pero unidas en esencia.

El diálogo entre ambos fue intenso desde el principio. Cada día, durante los 20 o 30 minutos que quedaban tras el almuerzo, se entablaban conversaciones sobre la naturaleza de Dios. El visitante solía cuestionar: "¿Usted cree en tres dioses?" Don Bernardo respondía con seguridad: "No, creo en tres en uno, como nos enseñaron: el Padre como un anciano, el Hijo como el crucificado y el Espíritu como una paloma."

La persistencia del visitante no menguaba. Con textos bíblicos en mano, insistía en que Jehová es uno y no hay otro. La tensión era palpable, y las discusiones no siempre terminaban en buenos términos. Don Bernardo llegó a sentirse frustrado, pero un día, decidió dar un giro al enfrentamiento: "Hoy es el último día que le prestaré atención. Le voy a leer algo para que no vuelva más."

Con determinación, leyó: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí." Al escuchar esto, el visitante respondió: "Eso es cierto, pero esas Escrituras son del Antiguo Testamento. Cuando Jesucristo dijo eso, se refería a los textos antiguos."

Esa noche, algo inusual ocurrió en la vida de Don Bernardo. Intrigado y movido por lo que había escuchado, regresó a casa y empezó a estudiar el Antiguo Testamento, buscando comprender el significado detrás de las palabras del visitante. Según su propio relato, fue como si sus creencias, que antes parecían firmes como un carro en marcha, se detuvieran bruscamente. Al arrodillarse en oración, pidió claridad divina, y en cada pasaje que leía, veía a Jesucristo reflejado.

Al día siguiente, el cambio era evidente. Cuando el visitante lo saludó con un habitual "Dios lo bendiga, Don Bernardo", este respondió con una declaración impactante: "Jesucristo es Dios y no hay otro." Don Bernardo explicó lo que había experimentado y expresó su deseo de ser bautizado en el nombre de Jesús. En un acto de fe, fue bautizado y comenzó a congregarse en una iglesia del nombre de Jesus.

¡Jesucristo es Dios y no hay otro!

La transformación de Don Bernardo no pasó desapercibida. Con la misma pasión con la que había defendido la doctrina trinitaria, ahora predicaba que Jesucristo es Dios. La librería, un lugar que antes era frecuentado por personas que compartían sus antiguas creencias, empezó a quedarse vacía. A todos los que entraban, Don Bernardo les hablaba con fervor, deseando que comprendieran lo que él había llegado a entender.

Presenciar su transformación fue un recordatorio poderoso de la gracia de nuestro Señor: cuando un corazón busca sinceramente la verdad, Dios mismo se revela a través de Su Palabra.


4. Objeciones comunes sobre Jesús


Existen distintas ideas que la gente expone al tratar de entender la identidad de Jesús:


  1. Jesucristo solo es un hombre en quien “se metió” Dios.
  2. Jesucristo es un “Dios pequeño”, porque “el Padre es mayor que yo”.
  3. Jesucristo es solo el Hijo de Dios, pero no Dios mismo.  
  4. Jesucristo es Dios manifestado en carne, pero lo niegan por creer que “Dios no puede hacerse hombre”. 
  5. Si Jesucristo fuese Dios, entonces María sería la madre de Dios y eso confunde a muchos.


Todas estas dudas surgen porque no se ha comprendido el “gran amor de Dios” ni el plan divino que conllevó que Dios mismo se hiciera hombre para redimir a la humanidad.


5. El mediador perfecto: Dios hecho carne


La Biblia revela que Dios buscó a un hombre perfecto que mediara entre Él y la humanidad, pero no encontró a nadie completamente justo (Jeremías 5:1). Para que alguien pudiera interceder y pagar el precio por el pecado, tenía que ser:


1. Santo y sin mancha: sin pecado alguno.  

2. Más sublime que los cielos: superior a toda la creación.  

3. Amigo de los hombres y también de Dios: capaz de unir ambas partes.  


Ningún ser humano cumplía tales requisitos, por lo que **Dios mismo se hizo hombre**. Juan 1:1 dice:  

En el principio era el Verbo... y el Verbo era Dios.

Luego, en el versículo 14, aclara:  

Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros…


No se trata de que Dios dejara de ser Espíritu. Él siguió siendo infinito y eterno, pero se manifestó en un cuerpo humano (Colosenses 2:9) para redimir a la humanidad. Al entrar en la carne, pudo derramar Su sangre —pues un espíritu no sangra ni muere— y así pagar el precio exigido por la ley para rescatarnos del pecado y la muerte (Hebreos 2:14).


6. Evidencias proféticas: Dios mismo vendría a salvar


El Antiguo Testamento está lleno de afirmaciones donde Dios dice que Él mismo vendría a salvarnos:

  • Isaías 35:4:  

He aquí que vuestro Dios… vendrá, y os salvará.

  • Isaías 33:22:  

Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará.
  • Ezequiel 34:11:  

Yo mismo iré a buscar mis ovejas…

  • Isaías 52:6:  

Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre… porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente.

Seguido de que abriría los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos y haría andar a los cojos. Jesús realizó todos estos milagros


Estos textos señalan que el único y verdadero Dios (Jehová) se manifestaría en forma humana para salvarnos. Cristo cumplió cabalmente estas profecías.


7. ¿Por qué Jesús oraba al Padre si Él era Dios?


Jesús desarrolló un rol único: Dios en carne. Como hombre perfecto:


  1. Oraba porque todo hombre que busca agradar a Dios debe hacerlo (Salmo 65:2).  
  2. Se sujetó y obedeció a la voluntad divina, porque vino a mostrar el modelo de hombre justo ante Dios (Hebreos 5:1-9).  
  3. Fue profeta, sacerdote y rey en un solo Ser. Como Profeta, anunciaba la voluntad de Dios; como Sumo Sacerdote, intercedía por la humanidad; como Rey, proclamaba Sus mandamientos.


De ahí que dijera frases como: “Padre, si es posible, pasa de mí esta copa…” (Lucas 22:42). Estaba actuando en Su función humana, demostrando la obediencia perfecta que ningún otro hombre había podido ofrecer.


8. El misterio de la piedad: Dios manifestado en carne


La Biblia habla de un “misterio” central de la fe:

Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria. 

(1 Timoteo 3:16)

Este misterio revela que Dios mismo se encarnó como Jesucristo para:

  1. Venir al rescate de Su creación.  
  2. Derramar sangre inocente y perfecta como único pago válido para perdonar el pecado.  
  3. Mostrar su amor inmutable (Juan 3:16), dando Su propia vida (Juan 10:17-18).


9. El Espíritu Santo: Jesús en nosotros


Jesús prometió no dejarnos huérfanos (Juan 14:18). Tras Su ascensión, regresó en Su manifestación como Espíritu Santo para morar en los creyentes (Romanos 8:9). Por eso, la Escritura lo llama “Espíritu de Cristo”. No estamos ante “otro Dios”, sino ante la **misma Deidad** que antes se vistió de carne y ahora llena a Su Iglesia de Su Espíritu.


10. Conocer a Jesús es recibir la vida eterna


En Juan 17:3 se declara:  

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado. 

Mientras que en 1 Juan 5:20 se afirma:  

Y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.


La Biblia enseña que la vida eterna se basa en conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo como Su manifestación en carne. No son dos dioses, sino un solo y mismo Dios que se reveló de una manera que la humanidad pudiera comprender y, de ese modo, redimirnos.

El Antiguo y el Nuevo Testamento coinciden en su testimonio: Jesucristo es Dios manifestado en carne, el único Salvador. Él es el Verbo eterno que se hizo hombre para reconciliarnos consigo mismo. Quien “escudriña las Escrituras” y sigue la guía del Espíritu Santo descubrirá que Jesús no es un dios menor, ni un profeta más, sino el único Dios verdadero que, por amor, se cubrió de humanidad para llevarnos a la salvación.


Tal y como Él mismo dijo:  

Yo y el Padre uno somos. 

(Juan 10:30)


No hay dos ni tres dioses: hay uno solo (Deuteronomio 6:4). Ese Dios de gloria se hizo carne en Jesucristo, murió por nosotros y resucitó para darnos vida eterna. Por eso proclamamos:  

¡Jesucristo es Dios y no hay otro!