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Orígenes de Alejandría, el Primer Gran Líder Prototrinitario del Oriente del Imperio Romano


Por Julio César Clavijo Sierra – Teólogo

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1. La Vida de Orígenes

Orígenes, nació en Alejandría (Egipto) alrededor del año 185, y murió alrededor del año 253. Fue apodado Adamantius, u “hombre de acero”, por su gran capacidad de trabajo, su deseo insaciable por adquirir y transmitir conocimiento, y por la atracción con la cual influenció a tantas personas. “El conjunto de su trabajo tenía una clara meta; ya desde el primer momento se dedicó apasionadamente a la teología con la intención de conciliar definitivamente cristianismo y helenismo, o mejor: de incorporar el helenismo al cristianismo, aunque, evidentemente, la cristianización del helenismo había de tener como consecuencia la helenización del cristianismo”. (Hans küng, Grandes Pensadores Cristianos, p. 48). Debido a su esfuerzo para conciliar al cristianismo con la filosofía griega, fue muy celebrado, pero también muy cuestionado. La mayor parte de la información biográfica acerca de Orígenes, se obtiene del capítulo 6 de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, un semiarriano que era admirador y seguidor de sus enseñanzas.

Orígenes, nació en una familia cristiana con siete hijos, de los cuales él era el mayor. Su padre, se preocupó por impartirle el conocimiento de las Sagradas Escrituras, pero también recibió una sólida formación en todo el conocimiento de los griegos, incluida la filosofía. Desde muy niño, demostró ser un estudiante brillante, ansioso por aprender.  

Cuando Orígenes aún no tenía 17 años, el emperador Septimio Severo persiguió a los cristianos de Alejandría, y un gran número fueron martirizados. El padre de Orígenes, llamado Leónidas, fue decapitado. Orígenes también quiso salir en búsqueda del martirio, pero su madre lo evitó al esconderle la ropa, y así evitó que el joven muriera. El Estado confiscó todos los bienes de la familia, y por un tiempo se hallaron en la indigencia. Sin embargo, una señora adinerada acogió a Orígenes y le patrocinó sus estudios. Orígenes tomó cursos de filosofía con Amonio Saccas, el fundador del neoplatonismo. Él también trabajó dictando cursos de gramática, para colaborar con el sostenimiento de su familia.    

Dado que, por las persecuciones, los maestros cristianos de Alejandría fueron apresados o tuvieron que huir como lo hizo Clemente; la gente, al advertir el conocimiento de Orígenes, lo comenzó a buscar para que les predicara la Palabra de Dios, y les diera la instrucción catequética. Pronto, su nombre se hizo famoso por la habilidad con la que impartía sus lecciones, y por la gran labor que ejerció al consolar a los cristianos que se encontraban a punto de ser martirizados. Cuando Demetrio, el obispo de Alejandría regresó, lo dejó oficialmente a cargo de la escuela catequética, teniendo Orígenes apenas 18 años. Después de cumplir los 20 años, decidió dedicarse por completo a la escuela de formación cristiana, por lo que dejó de dar sus clases de gramática. Influenciado por las enseñanzas ascéticas que había aprendido de la filosofía, decidió dar un duro trato a su cuerpo, por lo que recortó sus horas de sueño, durmió sobre el suelo, anduvo mucho tiempo descalzo, tuvo poca ropa para cambiarse, y se privó de consumir algunos alimentos. También pasaba largas jornadas de ayuno, y estudiaba intensamente la Biblia. Como el ascetismo gozaba de reputación entre los griegos, los cuales lo veían como un proceso de purificación y perfeccionamiento, esto hizo que el joven Orígenes lograra la admiración de muchas personas que lo veían como un “filósofo cristiano”. Incluso, muchos procuraron imitar su forma de vida.

Pero el celo de Orígenes fue llevado a tal extremo, que al leer las palabras de Jesús en Mateo 19:12, que dicen: “hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos”, las tomó literalmente y se castró, pues dentro de sus discípulos también había mujeres jóvenes, y él quería presentarse como un tutor responsable, que no daba lugar a malas sospechas. Demetrio se enteró de la castración de Orígenes, pero lo apoyó para que siguiera al frente de la escuela de formación cristiana, aunque desde ese momento lo vetó para ejercer como presbítero, ya que, según Demetrio, los eunucos estaban imposibilitados para ejercer las funciones clericales. Eusebio, relata la castración de Orígenes, como un acto de locura juvenil. Hacia el final de su vida, el Orígenes maduro dijo en su Comentario a Mateo, Libro 15,1-5, que no aprobaba la interpretación literal, sino la espiritual, de “hacerse eunuco por el reino de los cielos”, es decir, aquella concerniente a las personas que, por el poder de la Palabra y la espada del Espíritu, cortaban de sí la facultad pasional del alma, para renunciar a la impureza sexual y cosas similares. También describió ciertos problemas físicos que resultan del castrarse, como dolores de cabeza y vértigo, lo que sugiere una referencia a su experiencia personal.

Como el trabajo en la escuela catequética era muy arduo, y Orígenes no daba abasto, involucró como coequipero a Heraclas, quien había sido su discípulo. Al liberar parte su tiempo, se dedicó a aprender hebreo con unos maestros judíos.  

Hacia el año 213, cuando Orígenes tenía unos 28 años, viajó a Roma. Jerónimo de Estridón, nos informa que en aquella oportunidad, Orígenes tuvo contacto con Hipólito (Jerónimo, Sobre Hombres Ilustres, 61), quien unos cinco años después se convertiría en el primer antiobispo de Roma. Aunque Hipólito vivía en Roma, parecía tener un origen griego, ya que escribió sus obras en griego, poseía un gran conocimiento de la filosofía y los misterios griegos, y mantenía afinidad con la doctrina del logos que era típica de Alejandría, la cual ya había propuesto Filón en el primer siglo, y por todo eso, Orígenes tuvo afinidad con Hipólito. Aunque Orígenes no permaneció mucho tiempo en Roma, su estadía le valió para que Hipólito le transmitiera las ideas prototrinitarias que había recibido de Tertuliano. Por ese mismo tiempo, Tertuliano había publicado la obra en la que desarrolló la primera propuesta prototrinitaria, a saber, Contra Práxeas. Orígenes regresó a Alejandría, y Demetrio lo instó para que siguiera trabajando en la escuela de formación cristiana, lo que hizo de manera diligente y con gran celo.

La fama de Orígenes empezó a extenderse hacia otras regiones, y así, aproximadamente para el año 215, cuando Orígenes tenía alrededor de 30 años, el gobernador de Arabia lo invitó para conversar directamente con él. Por ese mismo tiempo, el emperador Caracalla, disgustado con la gente de Alejandría, por las burlas y protestas que algunos estudiantes hicieron contra él por haber asesinado a su hermano Septimio Geta, mandó tropas para que mataran a los manifestantes. También ordenó expulsar de Alejandría a todos los maestros e intelectuales, por lo que Orígenes huyó a Cesarea de Palestina. Allí tuvo contacto con Teoctisto, el obispo de Cesarea, y con Alejandro el obispo de Jerusalén, que se convirtieron en sus admiradores, y lo invitaron a que diera conferencias en sus iglesias y les interpretara las Sagradas Escrituras. Esto molestó mucho a Demetrio, que por medio de cartas les dijo que no era correcto y nunca se había visto, que un laico predicara y enseñara estando presente algún obispo, pero ambos obispos se defendieron citando ejemplos de que eso sí había ocurrido anteriormente. Demetrio envió diáconos y una carta en la que urgía a Orígenes a que regresara de inmediato a Alejandría, y él regresó continuando con las labores acostumbradas.

Cuando tenía aproximadamente 38 años, Orígenes comenzó a escribir sus comentarios a los libros de las Sagradas Escrituras.

Alrededor del año 228, cuando Orígenes tenía unos 43 años, Julia Mamea, la madre del emperador Alejandro Severo, mandó a traer a Orígenes a Antioquía, para que le enseñara.

Por ese tiempo, Orígenes también escribió su tratado Sobre los Principios, que es la obra que resume toda su teología, la cual presenta una cosmovisión y un “plan de salvación” que mezcla las ideas filosóficas del platonismo y el gnosticismo, con el cristianismo. En dicha obra, habló de la trinidad como el primer principio, pero continuó con las ideas prototrinitarias de la subordinación del “Dios Hijo” al Dios Padre, y de la tercera persona tanto al “Dios Hijo” como al Dios Padre. A diferencia de los otros teólogos prototrinitarios, a saber, Tertuliano, Hipólito y Novaciano, en Sobre los Principios, Orígenes fue el primero en hablar de un Hijo eterno, aunque también dijo contradictoriamente que el Hijo fue creado. Dijo, además, que los ángeles, los hombres y los demonios, fueron creados y preexistieron originalmente como espíritus puros, pero que por el abuso de su libertad pecaron y fueron condenados a habitar en cuerpos, de tal manera que los hombres fueron enviados como castigo a cuerpos de materia, pero podrán retornar a su estado original por medio de su comunión con Cristo, y al final, incluso todos los demonios, retornarán a la luz primigenia. Dicha doctrina ha sido conocida como la apocatástasis, que viene de una palabra griega que significa restauración o restablecimiento.          

Por el año 231, cuando Orígenes contaba con unos 46 años, Demetrio lo envió a Grecia para que tratara algunos asuntos eclesiásticos de urgente necesidad, y pasó por Cesarea. Allí, varios obispos encabezados por Teoctisto, lo ordenaron presbítero. Esto disgustó mucho a Demetrio, que como ya se dijo, creía que un hombre castrado estaba imposibilitado para ejercer funciones clericales, aunque Eusebio de Cesarea, también relató que Demetrio estaba celoso de la creciente fama e influencia de su catequista. Demetrio convocó a dos sínodos en Alejandría, en los cuales se invalidó la ordenación de Orígenes y se le excomulgó. Ponciano (el obispo de Roma del 230 al 235) confirmó en un sínodo romano la condena de Orígenes. Sin embargo, los obispos de Palestina, Arabia, Fenicia y Acaya discreparon. (Jerónimo de Estridón, Carta 33 – A Paula; Rufino de Aquilea, Apología Contra Jerónimo, 2,20). Orígenes se mudó de Alejandría a Cesarea, y al año siguiente, Demetrio murió, y Heraclas, el antiguo discípulo de Orígenes, fue nombrado obispo de Alejandría, cargo que ejerció hasta el año 248. Con la muerte de Demetrio, se desvanecieron las acusaciones contra Orígenes, y Teoctisto lo ratificó como presbítero, y lo encargó de toda la enseñanza eclesiástica. Alejandro, el obispo de Jerusalén, también apoyó a Orígenes.

En Cesarea, Orígenes, fundó una escuela que tenía un plan de estudios en el que se enseñaba filosofía, matemáticas, historia natural y teología. Pronto, su escuela estuvo llena de discípulos y contó con una gran biblioteca. Allí, la producción literaria de Orígenes llegó a ser muy grande, pues contó con el patrocinio de personas adineradas, (especialmente de un hombre llamado Ambrosio), que le suministraban todas las facilidades, al punto que Orígenes no escribía con su propia mano, sino que contaba con taquígrafos que se iban turnando mientras les dictaba, y con escribas y calígrafos que realizaban copias. Jerónimo de Estridón, dijo que Orígenes fue el autor de unos dos mil tratados. (Jerónimo, Apología Contra Rufino, 2,22). Por el año 235, Firmiliano, el obispo de Cesarea de Capadocia, invitó a Orígenes para que enseñara en sus iglesias. Personajes influyentes, como Julio Africano, le escribían para hacerle consultas doctrinales. Su escuela contó con discípulos muy ilustres, como Gregorio Taumaturgo y su hermano Atenodoro. La fama de Orígenes creció tanto, que ya no era solamente conocido en el medio cristiano, sino también en el secular, como un gran intelectual.

Los jerarcas de las iglesias de Palestina y Arabia lo consideraban el máximo experto en teología, al punto que lo convocaron en sus sínodos para consultarle. Está registrado que hizo dos viajes a Arabia. En uno de esos viajes, trató con Berilo, el obispo de Bosra (una ciudad al sur de la actual Siria), que al parecer enseñaba una doctrina adopcionista, pero lo convenció para que se apartara de ella. En otro de esos viajes, trató dos asuntos importantes. El primero consistió en un dialogó con un obispo llamado Heráclides sobre el Padre y el Hijo, en el que se percató que aunque tenían diferencias de terminología, ambos estaban de acuerdo en que el Padre y el Hijo eran dos dioses en un sentido, pero en otro sentido eran un solo poder, porque los dos dioses se convertían en una unidad. El segundo asunto consistió de un diálogo con varios obispos, en el que se trataron temas de antropología concernientes a la composición del hombre, lo que es el alma, la muerte y la resurrección.

Al sobrepasar los sesenta años, Orígenes comenzó a dejar por escrito sus homilías. También compuso Contra Celso, en respuesta a un filósofo epicúreo, que a finales del siglo segundo había atacado al cristianismo por medio de una obra a la que tituló la Doctrina Verdadera.  

Por el año 250, durante las persecuciones del emperador Decio a los cristianos, Orígenes fue capturado. Se negó a adorar a los ídolos romanos, por lo cual le pusieron un collar de hierro y le torturaron tensándole las piernas. Aunque luego fue dejado en libertad, no pudo recuperarse de los daños que sufrió su cuerpo, y murió alrededor del año 253, cuando tenía 69 años.

 

2. Cuestionamientos a las Doctrinas de Orígenes y las Crisis Origenistas

Las doctrinas de Orígenes fueron cuestionadas mientras él vivía, pero aún después de su muerte, sus enseñanzas tan polémicas, continuaron generando controversias. Entre sus doctrinas más discutibles estuvieron la prototrinidad (con sus expresiones semiarrianas), la preexistencia de las almas, el cuerpo como la cárcel del alma, la resurrección espiritual pero no en un cuerpo glorificado, el universo eterno, que los astros eran seres vivos, la apocatástasis, y la interpretación demasiado alegórica de la Biblia.    

Durante toda su vida, Orígenes tuvo que enfrentarse a los cuestionamientos de la mayoría de creyentes de su época, que eran monarquianos (unicitarios), como él mismo lo admitió, y que por supuesto no estaban de acuerdo con sus ideas prototrinitarias. Estos le cuestionaron acerca de su doctrina del Logos como un sujeto creado y diferente al Dios Padre, y enfatizaban que se trataba de la misma razón o palabra de Dios, por ende, no aceptaban que el Hijo fuera alguna hipóstasis u ousía independiente, ni mucho menos que el Padre y el Hijo fueran dos dioses, sino que el Hijo era el mismo Dios Altísimo. (Ver Comentario al Evangelio de Juan 1,23; 2,2-3 y 10,21; Comentario al Evangelio de Mateo 17,14; Comentario a la Epístola de Tito; Diálogo con Heráclides; y Contra Celso 8,12 y 8,14). Los monarquianos también recalcaban que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, eran simplemente tres títulos, o nombres descriptivos, para referirse al único Dios (Ver Comentario a la Epístola a los Romanos, 8,5,9). (En el numeral 5, del presente artículo, se amplía sobre la controversia de Orígenes contra los monarquianos). Por eso, una “manera de investigar el modo como Orígenes comprende la distinción entre el Padre y el Hijo, sería invertir las enseñanzas monarquianas que rechaza”. (Samuel Fernández, La Generación del Logos como Solución al Problema Monarquiano Según Orígenes).

El estatus de Orígenes como confesor, es decir de alguien que soportó torturas por causa de su fe, condujo a que el obispo Dionisio de Alejandría (obispo del 248 al 264) rehabilitara su memoria y se sumara a sus enseñanzas. Por el año 260, Dionisio de Alejandría sostuvo una controversia con su homónimo, el obispo monarquiano Dionisio de Roma (obispo del 259 al 268). En ella, Dionisio de Alejandría siguiendo a Orígenes, defendió la creencia en tres hipóstasis y en más de una Ousía, negó que el Hijo fuera consustancial (homoousios) al Padre, y dijo que el Hijo era una creación del Padre. Mientras tanto, Dionisio de Roma, dijo que creer en tres hipóstasis, era creer en tres dioses, y dividir y desgarrar la monarquía, que es el anuncio más grandioso de la iglesia de Dios. Por esta razón, Dionisio de Alejandría fue acusado por los monarquianos de Alejandría y por el obispo romano, de los mismos cargos por los que unos 65 años más tarde, fue condenado Arrio en el Concilio de Nicea del 325. Finalmente, Dionisio de Alejandría se retractó de sus declaraciones de que el Hijo era una criatura, pero continuó manteniendo su fe en las tres hipóstasis. (Para más información, consulte mi artículo titulado: “La Controversia Entre Dionisio de Roma y Dionisio de Alejandría, Demuestra que el Monarquianismo era Hegemónico en Roma en la Mitad del Siglo 3”).

En contraste a Dionisio de Alejandría, el obispo Pedro de Alejandría (obispo del 302-311) combatió el legado de Orígenes, diciendo: “No omitiré mencionarlos, santísimos padres y sumos sacerdotes de la ley divina, Heraclio y Demetrio, a quienes Orígenes, creador de un dogma perverso, les indujo a múltiples tentaciones que arrojaron sobre la Iglesia un cisma detestable que hasta el día de hoy la sigue sumiendo en la confusión”. (Pedro, Los Hechos de Pedro de Alejandría). Johannes Quasten, dijo: “Las actas del concilio de Éfeso (431) contienen tres citas de la obra de Pedro Sobre la divinidad. Según estos fragmentos, Pedro escribió esta obra para probar, contra el subordinacionismo, que Jesucristo es verdadero Dios. «El Verbo se hizo carne», dice uno de los fragmentos, «y fue hallado semejante a un hombre, pero sin haber abandonado su divinidad». (…) El mismo Leoncio cita, en su obra Contra los monofisitas, dos pasajes del primer libro de un escrito de Pedro en el que combatía la doctrina origenista de la preexistencia del alma y de su encarcelamiento en el cuerpo por un pecado cometido anteriormente. El autor dice (…) La doctrina de la preexistencia de las almas «viene de la filosofía de los griegos y es ajena a cuantos desean vivir piadosamente en Cristo». De todo esto se deduce que Pedro compuso un tratado sobre este tema, que constaba por lo menos de dos libros e iba dirigido contra los principios básicos del sistema de Orígenes. (…) Quedan siete fragmentos siríacos de su obra Sobre la resurrección. También ésta, probablemente, era una refutación de Orígenes, pues insiste en la identidad del cuerpo en la resurrección con el de la vida actual, doctrina negada por Orígenes. (J. Quasten, Patrología 1, pp. 423-424)      

Metodio de Olimpo (muerto en el 311), fue un gran opositor de las doctrinas de Orígenes. Contra las doctrinas origenistas de la preexistencia del alma y del cuerpo como la cárcel del alma, dijo: “el cuerpo no es la atadura del alma, como pensaba Orígenes, ni el profeta Jeremías llama a las almas «encadenadas», por estar dentro de cuerpos. (…) el hombre, en cuanto a su naturaleza, no es alma sin cuerpo, ni, por otra parte, cuerpo sin alma; sino un ser compuesto de la unión del alma y el cuerpo en una forma de belleza. Pero Orígenes afirmó que solo el alma es el hombre, al igual que Platón”. (Metodio, Discurso Sobre la Resurrección, Parte 3,1,1-3). Contra la doctrina origenista del universo eterno, Metodio dijo: “Orígenes dice que lo que él llama Centauro es el universo, que es coeterno con el único Dios sabio e independiente. Porque dice que, así como no hay obrero sin obra, ni creador sin creación, tampoco hay un Todopoderoso sin objeto de su poder. (…) Y así debe ser, que estas cosas fueron creadas por Dios desde el principio, y que no hubo un tiempo en el que no existieran”. Ante esto, Metodio respondió: “puesto que Dios es algo distinto del mundo (…) No debemos, pues, admitir este pecado pestilente de quienes dicen de Dios, que Él es Todopoderoso (…) por las cosas que controla y crea, que son cambiantes, y que no lo es por sí mismo (…) No hay necesidad de que cuando Él crea el mundo, cambie de lo que Él era cuando no lo estaba creando”. (Metodio, Fragmentos, Extractos de la obra Sobre las Cosas, 2). Pronunciándose en contra de la doctrina origenista de una resurrección espiritual, y no en cuerpo glorificado, Metodio dijo: “Orígenes, por lo tanto, cree que la misma carne no será restaurada al alma, sino que la forma de cada uno, según la apariencia por la que ahora se distingue la carne, surgirá impresa en otro cuerpo espiritual; de modo que cada uno volverá a mostrar la misma forma; y que esta es la resurrección prometida”. (Metodio, Discurso Sobre la Resurrección, Parte 3,2,5-3).

Pánfilo de Cesarea (muerto en 310), actuó en defensa, escribiendo al final de su vida, su Apología de Orígenes. Esta obra constaba originalmente de cinco libros, al que luego Eusebio de Cesarea añadió un sexto libro después de la muerte de Pánfilo. Sin embargo, solo sobrevive el primer libro. Pánfilo destaca que para principios del cuarto siglo, había mucha resistencia de parte de personas influyentes contra la lectura de las obras de Orígenes, y dijo: Pero cualquiera que simplemente parezca leer los libros [de Orígenes] se ve inmediatamente inundado por ellos con la difamatoria reputación de hereje”. (Apología de Orígenes, 1). Pánfilo señaló, que muchas de las acusaciones que se hacían contra Orígenes, no tenían en cuenta que este acostumbraba a presentar conjeturas sobre tantos temas como le fuera posible, para que se tuvieran en cuenta como materia de investigación, pero no pretendían ser argumentos definitivos o dogmáticos. Dijo: “Orígenes (…) Al explicar estas cosas, suele añadir que no las declara con un pronunciamiento definitivo, ni las define como un dogma seguro, sino que investiga lo mejor que puede y analiza el significado de las Escrituras. Sin embargo, no afirma haberlas comprendido completa y perfectamente. Más bien, afirma que ofrece conjeturas sobre tantos temas como le es posible y que no está seguro de haber alcanzado una interpretación perfecta y completa de todo”. (Apología de Orígenes, 3). “Orígenes ni siquiera dijo estas cosas en público, es decir, en la sala de audiencias de la Iglesia —para que nadie pensara que preparó palabras aduladoras para el público—, sino que hemos extraído estas cosas de aquellos libros que él dictó en privado, mientras estaba solo y sin árbitro que interviniera”. (Apología de Orígenes, 36).

En realidad, las disertaciones de Orígenes fueron tan vastas y ambiguas, que entre sus mismos seguidores (que principalmente se encontraban en el oriente del imperio) hubo divisiones, dependiendo de las porciones de sus obras en las que decidieron enfocarse en detrimento de otras partes. Por ejemplo, en cuanto a la relación entre el Padre y el Hijo, sus seguidores se dividieron en dos facciones antagónicas debido a dos tendencias extremas en su pensamiento. Unos fueron conocidos como los origenistas moderados o de derecha, los cuales enfatizaban en la divinidad y la eternidad del Hijo y en su identidad con la divinidad. La otra tendencia fue conocida como los origenistas radicales o de izquierda, que subrayaban que el Padre es el único Dios verdadero, que el Hijo no posee la sustancia divina, que el Hijo es una creación del Padre, y que por lo tanto hubo un tiempo en que el Hijo no existió. El origenismo radical es el arrianismo. Mientras tanto, los padres capadocios (Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo), que también fueron grandes devotos de Orígenes, y que a finales del siglo 4 dieron lugar al llamado trinitarismo ortodoxo, eran origenistas moderados.

Dentro de los grandes contradictores de Orígenes durante mediados del siglo 4, estuvieron dos de los grandes monarquianos del Concilio de Nicea, a saber, Marcelo de Ancira y Eustacio de Antioquía.

Marcelo escribió: “En todo caso, si es necesario decir la verdad sobre Orígenes, conviene decir esto: que habiendo abandonado hacía poco las enseñanzas propias de la filosofía, y habiendo preferido ocuparse de las palabras divinas antes de [alcanzar] la comprensión exacta de las Escrituras, por la grandeza y ambición de su educación profana, al haber comenzado a escribir más rápido de lo debido, fue desviado por los discursos de la filosofía, y a causa de ellos escribió algunas cosas de manera poco adecuada. Y es evidente que, todavía recordando los dogmas de Platón y la distinción de los principios que hay en él, escribió un libro Sobre los principios. De hecho, puso ese título a la obra. El mejor ejemplo de esto es el de haber tomado el inicio del texto y el título del libro de ninguna otra parte, sino de las palabras dichas por Platón. En efecto, al comienzo escribió así: «Los que han creído y han sido convencidos». Esta frase, dicha así, la puedes encontrar en el Gorgias de Platón”. (Marcelo, Fragmentos Teológicos, 22).

Por su parte, Eustacio escribió: “¿Qué más hay que decir? Casi todo lo interpreta alegóricamente, (…) En cuanto a las doctrinas erróneas que sostiene respecto a la resurrección, no es posible exponerlas aquí, porque Metodio, de santa memoria, escribió adecuadamente sobre este tema, y ​​demostró claramente que Orígenes, sin querer, abrió la puerta a los herejes, al definir la resurrección como una resurrección espiritual, no corporal. Pero es fácil ver cómo, mediante interpretaciones arbitrarias, trastornó todo y sembró por doquier las semillas de la herejía; y repitiendo las mismas ideas una y otra vez, llenó el mundo de una palabrería interminable. Mediante este método habitual de alegorizarlo todo, no logró interpretar correctamente ni siquiera las palabras del oráculo, ni tampoco explicar claramente la secuencia de los acontecimientos”. (Eustacio, Opúsculo Sobre la Pitonisa de Endor Contra Orígenes, 22,2-7)

Los grandes debates sobre las enseñanzas de Orígenes, llevaron a que finalmente para finales del siglo 4, se diera la primera crisis origenista. En esta, Orígenes fue atacado principalmente por figuras como Epifanio de Salamina, Jerónimo de Estridón y Teófilo de Alejandría; mientras que fue defendido por Rufino de Aquilea y Juan de Jerusalén. Durante esta crisis, Epifanio y Teófilo reunieron concilios en Chipre y Alejandría en los que se pronunció sentencia contra los escritos de Orígenes. (Sócrates, Historia Eclesiástica, 6,10; Sozomeno, Historia Eclesiástica, 8,14). Anastasio, el obispo de Roma, también condenó los escritos de Orígenes (Anastasio, Carta de Anastasio Obispo de Roma, a Juan Obispo de Jerusalén, en Rufino, Prefacios y Otras Obras).

Epifanio, escribió: “Pues Arrio se inspiró en Orígenes, al igual que los anomeos que lo sucedieron, y el resto”. (Epifanio, Panarion, 64,4,2). “Orígenes sostuvo claramente que el Hijo de Dios es una criatura, y también, por su descaro respecto al Hijo, enseñó que el Espíritu Santo es la criatura de una criatura”. (Panarion, 64,5,11). “Veamos si tus argumentos se sostienen, ya que has trabajado tan duro y has llevado la lucha de escribir tantos libros a una extensión tan inútil. Porque si la historia de que escribiste 6000 libros es cierta, malgastador de energías, entonces, después de gastar todo ese esfuerzo inútil en sátiras y trucos inútiles, y de convertir tu trabajo en algo sin valor y vacío, hiciste que tu trabajo fuera inútil al equivocarte en los puntos principales con los que falsificaste la resurrección”. (Panarion, 64,63,7-8). “Pero basta ya de hablar sobre el supuesto sabio Orígenes, quien se autodenominó Adamancio sin razón alguna, y de su indignación contra la verdad en muchos puntos de la fe, la doctrina destructiva de su torpe invención”. (Panarion, 64,72,1). “Porque esto es lo que le sucedió a Orígenes y a todos sus seguidores, y por eso lo lloro. ¡Ah, cuánto daño te han hecho, y a cuántos otros tú les has hecho daño! Como si te hubiera mordido una víbora maligna, me refiero a la educación secular, y te hubieras convertido en la causa de la muerte de otros”. (Panarion, 64,72,5). “Y tú también, Orígenes, con tu mente cegada por tu educación griega, has escupido veneno a tus seguidores y te has convertido en alimento venenoso para ellos, dañando a más personas con el veneno con el que tú mismo has sido dañado”. (Panarion, 64,72,9).

Por su parte, Rufino de Aquilea, en defensa de Orígenes, sostuvo que las obras de Orígenes habían sido alteradas por los herejes, y que la gente estaba siendo perjudicada por las versiones engañosas de sus obras. Por eso, en su traducción del Tratado de los Principios del griego al latín (y en otras obras de Orígenes), Rufino aplicó la siguiente regla: “Si se encuentra algo en sus obras que no sea consonante con la fe católica, sospechamos que ha sido introducido por herejes y lo consideramos ajeno tanto a su entendimiento como a nuestra fe”. (Rufino, Sobre la Falsificación de los Libros de Orígenes, 16). Así, Rufino se sintió en la libertad de modificar los textos de Orígenes, omitiendo y alterando las partes que no estuvieran de acuerdo con la ortodoxia de su tiempo. De algunos textos de Orígenes, son las copias de las versiones latinas de Rufino las que han sobrevivido. Rufino también justificó las contradicciones en Orígenes, como obra de los herejes, así: “Sin embargo, has de saber que en las obras de Orígenes se encuentran ciertas cosas (…) a veces incluso contrarias, y cosas que la regla de la verdad no admite; cosas que nosotros tampoco recibimos ni aprobamos. (…) No creo que pueda dudarse que un hombre de tal educación y tan prudente (…) un hombre que no era ni necio ni loco, hubiera escrito algo contrario a sí mismo y repugnante a sus propias opiniones. (…) ¿qué haremos ante el hecho de que a veces, en los mismos pasajes y, por así decirlo, prácticamente en la sección siguiente, se inserta una opinión contradictoria? ¿Podría haber olvidado sus propias opiniones en el mismo capítulo del mismo libro, o a veces, como hemos dicho, inmediatamente en la sección siguiente? Por ejemplo, cuando dijo justo antes que en ninguna parte de la Escritura se dice que el Espíritu Santo fue hecho o creado, ¿añadiría inmediatamente que el Espíritu Santo fue hecho junto con el resto de las criaturas? O, además, ¿podría quien señaló que el Padre y el Hijo son de una misma sustancia —lo cual se dice en griego como ὁμοούσιος— haber dicho en las secciones inmediatamente posteriores que él es de otra sustancia y fue creado, aquel a quien poco antes había declarado nacido de la misma naturaleza de Dios Padre? O, además, respecto a la resurrección de la carne, ¿es posible que quien tan claramente declaró que la naturaleza de la carne ascendió con el Verbo de Dios al cielo, y allí se apareció a los poderes celestiales, presentándoles una nueva y maravillosa visión de sí mismo, haya dicho, por otro lado, que esta [carne] no se salvará? (…) Puesto que, entonces, estas cosas no podrían sucederle ni siquiera a un hombre que estuviera loco y que no estuviera en su sano juicio, aclararé brevemente la causa de esto lo mejor que pueda (…) Los herejes han seguido el ejemplo de su padre [el diablo] y la habilidad de su maestro. Siempre que han encontrado tratados de renombrados escritores de la antigüedad que tratan temas relacionados con la gloria de Dios detallada y fielmente, para que todo creyente pueda progresar y recibir instrucción al leerlos, no han escatimado sus escritos, sino que han vertido la inmundicia venenosa de sus propias doctrinas, ya sea interpolando lo que habían dicho o insertando cosas que no habían dicho”. (Rufino, Sobre la Falsificación de los Libros de Orígenes, 1-2).

A mediados del siglo 6, se dio la segunda crisis origenista. En un sínodo local realizado en Constantinopla en el año 543, Orígenes fue condenado como hereje unos 300 años después de su muerte, y se ordenó la destrucción de todas sus obras. La sentencia estuvo acompañada de un edicto expedido por el emperador Justiniano I. La condena de Orígenes, fue ratificada en un nuevo Concilio ecuménico, celebrado en Constantinopla en el año 553.

 

3. Las Obras de Orígenes

Jerónimo de Estridón, informó que Eusebio de Cesarea hizo una lista de los tratados de Orígenes, que llegaba a dos mil, aunque la idea común era que sus obras llegaban a seis mil. (Jerónimo, Apología Contra Rufino, 2,22). Lamentablemente, dicha lista se ha perdido. Como se mencionó anteriormente, Orígenes pudo llegar a ese número tan grande de publicaciones, porque estuvo patrocinado por seguidores adinerados, especialmente por uno llamado Ambrosio, lo que condujo a que en realidad Orígenes no escribiera con su propia mano, sino que le dictara a varios taquígrafos que se relevaban cada cierto tiempo, y también contaba con otro número de escribas que hacían copias de sus obras. (Eusebio, Historia Eclesiástica, 6,23). Escribió sobre diversos temas bíblicos, y sobre todos los libros de la Biblia en forma de comentarios, homilías y escolios (breves comentarios a pasajes difíciles). Sin embargo, las crisis origenistas que se dieron después de la muerte de Orígenes, en las que se le condenó como hereje, condujeron a que desapareciera una inmensa cantidad de sus obras. Presentamos la siguiente información sobre la producción literaria de Orígenes.

·         Tratado de los Principios (Peri-Archón). Es la obra más importante de Orígenes, que resume sus ideas teológicas. En ella hace un sincretismo entre el cristianismo y el esquema platónico-gnóstico de la caída y el resurgimiento. Habla de la deidad, como un primer principio con tres hipóstasis, manteniendo una visión prototrinitaria de Dios. El Dios Padre es el espíritu puro por excelencia; el Logos es una segunda hipóstasis, engendrado eternamente por el Padre como un Hijo, siempre subordinado al Padre, al punto que es llamado un segundo Dios, y el Espíritu Santo es una tercera hipóstasis que procede del Hijo y está subordinado al Hijo. Inicialmente, Dios creó un mundo de seres espirituales llamados logikoi, que por el mal uso de su libertad cayeron apartándose de la luz primigenia, y como castigo fueron enviados a cuerpos. Los ángeles son los logikoi que pecaron en menor grado y fueron enviados a cuerpos etéreos, los hombres son los que pecaron de manera intermedia y fueron enviados a cuerpos terrenales, y los demonios fueron los que pecaron en mayor grado y fueron enviados a cuerpos densos. Cristo es el intercesor, que ayuda a los hombres y los ángeles, para que a través de su comunión con él, puedan retornar al mundo superior de luz. Sin embargo, después de la redención del hombre, habrá otros periodos, con otros universos y otras redenciones de esos universos, de tal manera que todos los demonios y el mismo diablo serán salvos, el mal desaparecerá por completo, y todo retornará al estado primigenio puro y espiritual.    

·         La Hexapla, o Biblia Sextuple a seis columnas, que es una de las obras perdidas de Orígenes. Fue una obra escrita en más de 20 años, en unos 50 volúmenes, en la que, a través de un trabajo de crítica textual al Antiguo Testamento, comparó paralelamente: (#1) El texto consonántico hebreo, (#2) el texto hebreo transliterado a caracteres griegos, (#3) la traducción griega del judío Aquila, (#4) la traducción griega del judío Símaco, (#5) una recensión de la Septuaginta y (#6) la traducción griega del judío Teodoción. Al final de su vida, preparó la Tretapla, en la que omitió las dos primeras columnas de la Hexapla, para comparar solamente las cuatro versiones griegas. 

·         Comentarios de los Libros de la Biblia. “Hay en ellos una mezcla singular de notas filológicas, textuales, históricas y etimológicas con observaciones de carácter teológico y filosófico. Lo que más le interesa al autor no es el sentido literal, sino el místico, que le es fácil encontrar aplicando el método alegórico. (…) No se ha conservado completo ni uno solo”. (J. Quasten, Patrología 1, p. 363). Se cuenta con partes de sus comentarios al Evangelio de Mateo, al Evangelio de Juan, a la Epístola a los Romanos y al Cantar de los Cantares. También, inmersos dentro de otras obras, hay pequeños fragmentos de sus comentarios a Génesis, Salmos, Isaías, Lamentaciones, Ezequiel, Profetas Menores, Lucas, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses, Hebreos, Tito y Filemón.      

·         Homilías. Según Johannes Quasten, se han encontrado 576 homilías de Orígenes, de las cuales “sólo han llegado hasta nosotros 20 en el texto original griego (…) El plan, la disposición y la forma externa de estos sermones son sencillos y sin traza alguna de artificio retórico. Predomina en ellos el tono de conversación”. (J. Quasten, Patrología 1, p. 361).     

·         Contra Celso. Es una obra apologética en la que Orígenes refuta el Discurso Verdadero que el filósofo pagano Celso, dirigió contra los cristianos buscando avergonzarlos de sus creencias para intentar convertirlos al paganismo.    

·         El Diálogo con Heráclides y los Obispos que estaban con Él, es la presentación de un diálogo en dos partes, que Orígenes sostuvo con varios obispos árabes. La primera parte, trata de su diálogo con un obispo llamado Heráclides, que se centró sobre todo en la terminología que ellos utilizaban para describir las relaciones entre el Padre y el Hijo, pero no en diferencias doctrinales fundamentales que tuvieran entre sí. Las respuestas de Heráclides, demuestran que él creía que el Hijo era un ser distinto del Padre, pero que también era Dios porque existía en la forma de Dios desde el principio, antes de la encarnación, y por lo tanto hay dos dioses “pero el poder es uno solo”. Por su parte, Orígenes expresó que “no debemos tener miedo de decir que en un sentido hay dos Dioses, mientras que en otro hay un solo Dios”. En la segunda parte, el diálogo se da con varios obispos, y se tratan sobre todo temas de antropología, en relación con la composición del hombre, con un énfasis en lo que es el alma. 

·         Sobre la Oración, que es un tratado divido en dos partes. En la primera habla de la oración en general, y en la segunda se concentra particularmente en la oración del Padre nuestro.   

·         Exhortación al Martirio, en la que expone que los cristianos verdaderos deben mantenerse firmes, confesando su fe con valentía en medio de las persecuciones, y que el martirio es un deber para los que aman a Dios y desean unirse a él.     

·         Epístolas. Fueron muchísimas las epístolas escritas por Orígenes. En una recopilación hecha por Eusebio de Cesarea, estas sobrepasaban las cien. (Eusebio, Historia Eclesiástica, 6,36). De todas las epístolas, solo nos han llegado completas dos, a saber, una carta dirigida a su antiguo discípulo Gregorio Taumaturgo, y una carta dirigida a Julio Africano.  

·         Sobre la Resurrección, de la cual “sólo quedan fragmentos en Panfilo (Apol, pro Orig. 7), en Metodio de Filipos (De resurr.) y en Jerónimo (Contra Joh. Hier. 25-26). Sabemos por Metodio que Orígenes rechazó la identidad material entre el cuerpo resucitado y el cuerpo humano y sus partes”. (J. Quasten, Patrología 1, p. 378).   

·         Escritos Misceláneos (Stromateis), que es una obra perdida de Orígenes, en la que habló sobre los más diversos temas, comparando la doctrina cristiana con los pensamientos filosóficos de Platón, Aristóteles, Numenio y Cornuto.

 

4. Orígenes, Un Seguidor de la Trinidad de Tertuliano

Al igual que Tertuliano, Hipólito y Novaciano, Orígenes no puede ser considerado un trinitario ortodoxo, e incluso bajo la medida del trinitarismo que fue catalogado ortodoxo a partir del Concilio de Constantinopla del 381 d.C. tiene que ser considerado un hereje. En sus diferentes obras, Orígenes demostró que él no creyó en la coigualdad de las supuestas tres divinas personas, y fue ambiguo al definir la coeternidad y la consustancialidad. Al igual que Tertuliano, Hipólito y Novaciano, Orígenes debe ser llamado un semitrinitario o un prototrinitario (un trinitario primitivo, pero no ortodoxo).

 

4.1. Orígenes Nunca Creyó en la Coeternidad de las Supuestas Tres Personas Divinas, y Fue Ambiguo en lo que Respecta a la Eternidad del Hijo.

De acuerdo con Orígenes, el Padre es el único Dios que creó todas las cosas.

“Los puntos particulares claramente expuestos en la enseñanza de los apóstoles son los siguientes: Primero, que hay un solo Dios, que creó y dispuso todas las cosas, y que, cuando nada existía, llamó a todas las cosas a la existencia: (…) Este Dios justo y bueno, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. (Tratado de los Principios, Prefacio, 4).

Según Orígenes, hay tres hipóstasis, pero de estas solo el Padre es increado, mientras que el Hijo y el Espíritu sí fueron creados, al punto de que son clasificados por él, dentro de los seres originados. El Hijo es la obra más antigua de toda la creación, y se le llama Hijo porque fue creado directamente por el Padre, y por eso puede decirse que nació del Padre. El Espíritu fue lo primero que el Padre creó a través del Hijo, y por eso no es considerado otro Hijo, aunque Orígenes expresa que eso es algo que no tiene muy claro. Orígenes dijo:

“Consideramos, por lo tanto, que hay tres hipóstasis, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y al mismo tiempo creemos que nada es increado excepto el Padre.  (Comentario al Evangelio de Juan, 2,6). “De hecho, si consideramos la multitud de especulaciones y conocimientos sobre Dios, que superan el poder de la naturaleza humana, quizás incluso el de todos los seres originados excepto Cristo y el Espíritu Santo, podemos comprender cómo Dios está rodeado de oscuridad”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,23). “Pues el Hijo de Dios, el Primogénito de toda la creación, aunque parecía haberse encarnado recientemente, no por ello es reciente. Pues las Sagradas Escrituras lo reconocen como la más antigua de todas las obras de la creación; pues fue a él a quien Dios le dijo respecto a la creación del hombre: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza»”. (Contra Celso, 5,37). “En segundo lugar, que Jesucristo mismo, quien vino (al mundo), nació del Padre antes de todas las criaturas. (Tratado de los Principios, Prefacio, 4). “Por lo tanto, siempre hemos sostenido que Dios es el Padre de su Hijo unigénito, quien, en efecto, nació de Él y deriva de Él lo que es”. (Tratado de los Principios, 1,2,1-2). “Así pues, si todas las cosas fueron hechas, como también en este pasaje, por medio del Logos (…) debemos preguntarnos si el Espíritu Santo también fue hecho por medio de él.  (…). Nosotros, por tanto, como los más piadosos y veraces, admitimos que todas las cosas fueron creadas por el Logos, y que el Espíritu Santo es el más excelente y el primero en orden de todo lo creado por el Padre a través de Cristo. Y esta, quizás, sea la razón por la que no se dice que el Espíritu sea el propio Hijo de Dios. El Unigénito es por naturaleza y desde el principio Hijo, y el Espíritu Santo parece necesitar del Hijo para que le administre su esencia, de modo que le permita no solo existir, sino ser sabio, razonable y justo, y todo lo que debemos pensar de Él (…) entonces el Espíritu también fue hecho por medio de la Palabra, y se le considera una de las cosas inferiores a su Creador”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,6). “En tercer lugar, los apóstoles relataron que el Espíritu Santo estaba asociado en honor y dignidad con el Padre y el Hijo. Pero en su caso no se distingue claramente si debe considerarse nacido o no nacido, o también Hijo de Dios o no: pues estos son puntos que deben investigarse en las Sagradas Escrituras según nuestra mejor capacidad y que exigen una investigación minuciosa”. (Tratado de los Principios, Prefacio, 4).  

Para Orígenes, el Hijo fue creado por el Padre como un acto de su voluntad que procedió de su mente o entendimiento, pero no permaneció como una facultad mental, sino que se presentó como una sabiduría personal o hipostáticamente existente, que además era una imagen del Padre. Sin embargo, contradictoriamente, Orígenes dijo que esa imagen era al principio una imagen invisible. Orígenes expuso:  

“Por lo tanto, primero debemos determinar qué es el Hijo unigénito de Dios (…) Pues se le llama Sabiduría, según la expresión de Salomón: «El Señor me creó —principio de sus caminos y entre sus obras, antes de hacer cualquier otra cosa; me fundó antes de los siglos. En el principio, antes de formar la tierra, antes de que brotaran las fuentes de las aguas, antes de que los montes se fortalecieran, antes de todas las colinas, me engendró». [Proverbios 8:22-25] También se le llama Primogénito, como declaró el apóstol: quien es el primogénito de toda -criatura. (…) Si, pues, se entiende correctamente que el Hijo unigénito de Dios es su sabiduría hipostáticamente existente, (…) esa ὑπόστασις o sustancia (…) ¿Y quién, capaz de albergar pensamientos o sentimientos reverenciales respecto a Dios, puede suponer o creer que Dios Padre existió alguna vez, ni siquiera por un instante, sin haber generado esta Sabiduría? (…) Por lo tanto, siempre hemos sostenido que Dios es el Padre de su Hijo unigénito, quien, en efecto, nació de Él y deriva de Él lo que es, pero sin principio alguno, no solo el que puede medirse por cualquier división del tiempo, sino incluso el que solo la mente puede contemplar en sí misma, o ver, por así decirlo, con las simples fuerzas del entendimiento. Y, por lo tanto, debemos creer que la Sabiduría fue generada antes de cualquier principio que pueda ser comprendido o expresado. Y dado que todo el poder creativo de la creación venidera estaba incluido en esta misma existencia de la Sabiduría (ya sea de aquellas cosas que tienen un origen o de aquellas que tienen una existencia derivada), habiendo sido formada de antemano y dispuesta por el poder de la presciencia; debido a estas mismas criaturas que habían sido descritas, por así decirlo, y prefiguradas en la Sabiduría misma, ¿dice la Sabiduría, en palabras de Salomón, que fue creada el principio de los caminos de Dios?, por cuanto contenía dentro de sí los principios, o las formas, o las especies de toda la creación”. (Tratado de los Principios, 1,2,1-2).

El apóstol Pablo dice que el Hijo Unigénito es la imagen del Dios invisible y el primogénito de toda criatura. (…) Ahora decimos, como antes, que la Sabiduría no tiene su existencia en ninguna otra parte sino en Aquel que es el principio de todas las cosas, de quien también se deriva todo lo que es sabio, porque Él mismo es el único que es por naturaleza Hijo, y por eso es llamado el Unigénito. (…) Pues si el Hijo hace, de la misma manera, todo lo que hace el Padre, entonces, en virtud de que el Hijo hace todas las cosas como el Padre, la imagen del Padre se forma en el Hijo, quien nace de Él, como un acto de su voluntad que procede de la mente. Por lo tanto, opino que la voluntad del Padre debería ser suficiente para la existencia de lo que Él desea que exista. Pues en el ejercicio de su voluntad, Él no emplea otro camino que el que se da a conocer por el designio de su voluntad. Y así también la existencia del Hijo es generada por Él. (…) Por lo tanto, así como un acto de la voluntad procede del entendimiento, y no corta ninguna parte ni se separa ni se divide de él, así también, de alguna manera, se supone que el Padre engendró al Hijo, su propia imagen; es decir, de modo que, siendo Él mismo invisible por naturaleza, también engendró una imagen que era invisible. Pues el Hijo es la Palabra, y por lo tanto no debemos entender que nada en Él sea cognoscible por los sentidos. Él es sabiduría, y en la sabiduría no puede haber sospecha de nada corpóreo”. (Tratado de los Principios, 1,2,5-6).  

Sin embargo, para Orígenes, aunque el Hijo fue creado, es eterno, pues nunca hubo un tiempo en que el Hijo no existiera, porque Dios nunca estuvo sin su Palabra (su facultad mental, su Mente, su Sabiduría), y por eso el Hijo unigénito fue generado eternamente y sigue siendo engendrado sin cesar. Así como la luz no existe sin su brillo o resplandor, el Padre que es la luz eterna, no existe sin el resplandor de su gloria que es el Hijo. No obstante, lo anteriormente dicho debe entenderse con mucha tolerancia, pues es incomprensible para la inteligencia temporal, e incluso de la eterna. Orígenes dijo:    

“La Palabra [el Verbo] siempre estuvo con el Padre; y por eso se dice, «Y la Palabra era con Dios» (Juan 1:1). Él no vino a Dios, y este mismo término “era”, se usa para referirse al Verbo [la Palabra], porque Él estaba en el principio al mismo tiempo que estaba con Dios, sin estar separado del principio ni estando privado de su Padre. Y tampoco vino a estar en el principio después de no haber estado en él, ni llegó a estar con Dios después de no haber estado con Él. Porque antes de todo tiempo y de la época más remota, la Palabra [el Verbo] era en el principio, y la Palabra era con Dios. (…) de modo que se puede ver que el hecho de que el Verbo [la Palabra] esté con Dios, lo convierte en Dios”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,1).

“Pero es monstruoso e ilícito comparar a Dios Padre, en la generación de su Hijo unigénito, y en la sustancia del mismo, con cualquier hombre u otro ser vivo involucrado en tal acto; Pues debemos necesariamente sostener que hay algo excepcional y digno de Dios que no admite comparación alguna, no solo en las cosas, sino que ni siquiera puede ser concebido por el pensamiento ni descubierto por la percepción, de modo que una mente humana pueda comprender cómo el Dios ingénito es hecho Padre del Hijo unigénito. Porque su generación es tan eterna y perdurable como el brillo que produce el sol. Pues no es por recibir el aliento de vida que Él es hecho Hijo, por ningún acto externo, sino por su propia naturaleza”. (Tratado de los Principios, 1,2,4).  

“En efecto, yo no diré que el justo ha sido engendrado de una vez por Dios, sino que es engendrado sin cesar en cada obra buena, porque en ella Dios engendra al justo. Por tanto, cuando yo te haga ver, a propósito del Salvador, que el Padre no engendró al Hijo para soltarlo desde su generación, sino que lo engendra sin cesar, mostraré que lo mismo vale para el justo. Veamos lo que es nuestro Salvador: Resplandor de gloria. El resplandor de la gloria no ha sido engendrado de una vez para no ser más engendrado, sino que, al igual que la luz es generadora del resplandor, así también es engendrado el resplandor de la gloria de Dios. Nuestro Salvador es Sabiduría de Dios; ahora bien, la sabiduría es resplandor de la luz eterna. Por tanto, si el Salvador es engendrado sin cesar – y por eso dice: Antes que todas las colinas me engendra; y no: «antes que todas las colinas me ha engendrado», sino: antes que todas las colinas me engendra-, si el Salvador es engendrado sin cesar por el Padre, también tú, si posees el espíritu de adopción, Dios te engendra sin cesar en el Salvador en cada una de tus obras, en cada uno de tus pensamientos; y así, engendrado, vienes a ser un hijo de Dios engendrado incesantemente en Cristo Jesús, al cual pertenece la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”. (Homilías Sobre Jeremías, 9,4).

“Es más, Juan también indica que Dios es Luz, y Pablo también declara que el Hijo es el esplendor de la luz eterna. Así como la luz, por consiguiente, nunca podría existir sin esplendor, tampoco puede entenderse que el Hijo exista sin el Padre; pues Él es llamado la imagen expresa de su persona, y la Palabra y la Sabiduría. ¿Cómo, entonces, puede afirmarse que hubo un tiempo en que Él no era el Hijo? Porque eso no es otra cosa que decir que hubo un tiempo en que Él no era la Verdad, ni la Sabiduría, ni la Vida, aunque en todas estas se le juzga como la esencia perfecta de Dios Padre; porque estas cosas no pueden separarse de Él, ni siquiera de su esencia. (…) Ahora bien, esta expresión que empleamos —que nunca hubo un tiempo en que Él no existiera— debe entenderse con una tolerancia. Pues estas mismas palabras, cuando o nunca, tienen un significado relacionado con el tiempo, mientras que las afirmaciones sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo deben entenderse como trascendentes a todo tiempo, todas las eras y toda la eternidad. Pues solo la Trinidad supera la comprensión no solo de la inteligencia temporal, sino incluso de la eterna; mientras que otras cosas que no están incluidas en ella deben medirse por tiempos y eras”. (Tratado de los Principios, 4,28).

 

4.2. Orígenes No Creyó en la Coigualdad de las Supuestas Tres Personas Divinas

Según Orígenes, el Padre es el principal de la Trinidad. El Hijo no es más poderoso que el Padre sino inferior a Él. El Hijo creó todas las cosas actuando como el siervo del Padre, de tal manera que el Hijo solo puede gobernar sobre la creación, pero Dios Padre es el que gobierna sobre todo, incluso sobre el Hijo. El Hijo también se hizo obediente al Padre durante su estadía en la tierra, y ha decidido hacerse obediente al Padre hasta el fin. El Hijo es la Verdad y la Sabiduría, pero Dios el Padre, es el Padre de la Verdad y de la Sabiduría, por lo que el Padre es más grande y más excelente que el Hijo. Como el Espíritu fue hecho por el Hijo, es considerado inferior al Hijo. Orígenes, dijo:   

“Por lo tanto, el Padre, el principal, envía al Hijo, pero el Espíritu Santo también lo envía y lo dirige para que vaya delante, prometiendo descender, cuando llegue el momento, al Hijo de Dios, y trabajar con él por la salvación de los hombres”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,6).

“Pues nosotros, que decimos que el mundo visible está bajo el gobierno de Aquel que creó todas las cosas, declaramos con ello que el Hijo no es más poderoso que el Padre, sino inferior a él. Y basamos esta creencia en la afirmación del propio Jesús: «El Padre que me envió es mayor que yo». Y ninguno de nosotros está tan loco como para afirmar que el Hijo del Hombre es Señor de Dios. Pero cuando consideramos al Salvador como Dios Palabra, Sabiduría, Justicia y Verdad, ciertamente decimos que Él tiene dominio sobre todas las cosas que le han sido sujetas en esta capacidad, pero no que su dominio se extiende sobre Dios Padre, quien es Gobernante sobre todo”. (Contra Celso, 8,15).

“En segundo lugar, que Jesucristo mismo, quien vino (al mundo), nació del Padre antes de todas las criaturas. que, después de haber sido siervo del Padre en la creación de todas las cosas (porque por Él fueron hechas todas las cosas), en los últimos tiempos, despojándose (de su gloria), se hizo hombre y se encarnó siendo Dios”. (Tratado de los Principios, Prefacio, 4).  

“Y por eso, el Hijo unigénito de Dios, que era el Verbo y la Sabiduría del Padre, cuando tenía la gloria con el Padre que poseía antes de la existencia del mundo, se despojó de ella y, tomando la forma de siervo, se hizo obediente hasta la muerte, para enseñar la obediencia a quienes no podían obtener la salvación de otra manera que mediante la obediencia. (…) cumpliendo primero en sí mismo lo que deseaba que otros cumplieran, se hizo obediente al Padre, no solo hasta la muerte de cruz, sino también, en el fin del mundo, abrazando en sí mismo a todos los que Él somete al Padre, y quienes por Él llegan a la salvación, Él mismo, junto con ellos, y en ellos, se dice también que está sujeto al Padre. (Tratado de los Principios, 3,5,6-7).  

“debemos señalar aquí también que el Espíritu no es originalmente superior al Salvador (…) Nuestro análisis de este punto se ha extendido un poco, pues queríamos aclarar que si todas las cosas fueron hechas por él, entonces el Espíritu también fue hecho por medio de la Palabra, y se le considera una de las cosas inferiores a su Creador. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,6).


4.3. Orígenes fue Ambiguo en la Consustancialidad de las Supuestas Tres Personas Divinas

Para Orígenes, el Padre, que es la causa increada de todas las cosas, es Dios con el artículo (ho theos) [Juan 1:1], y por eso el Padre es el Dios en sí mismo y está sobre todas las cosas; mientras tanto, el Hijo es Dios sin el artículo (theos) [Juan 1:1], lo que indica que el Hijo es Dios en un sentido contingente y relativo, o secundario, ya que obtuvo la divinidad no por sí mismo, sino del Padre que es la fuente de la divinidad, y así ha participado de la divinidad que proviene del Padre. Pero el Hijo no es el único que participa de la divinidad, pues hay además de él, otros dioses que tienen una parte del único Dios verdadero que es el Padre, y por eso el Padre es Dios de todos ellos. Sin embargo, el Hijo tiene un rango mayor a esos otros dioses, por haber sido el primero en participar de la divinidad que proviene del Padre, y porque fue por sus oficios que los demás seres [los ángeles y los hombres redimidos] se convirtieron en dioses.    

El Padre y el Hijo son Dios en esencia, y ambos son dos luces, pero la luz [la esencia] del Padre es mayor. Aunque la mayoría de los cristianos (los monarquianos) crean que la Palabra es la expresión del Padre, esta es en realidad una hipóstasis independiente, una entidad separada del Padre, un ser separado con esencia o subsistencia propia, y un segundo Dios. El Espíritu Santo parece necesitar que el Hijo le suministre su esencia divina, para poder existir.

“Observamos a continuación el uso que Juan hace del artículo en estas oraciones. No escribe sin cuidado al respecto, ni desconoce las sutilezas del griego. En algunos casos usa el artículo y en otros lo omite. Añade el artículo al Logos, pero al nombre de Dios solo lo añade en ocasiones. Usa el artículo cuando el nombre de Dios se refiere a la causa increada de todas las cosas, y lo omite cuando el Logos se llama Dios. ¿Acaso la misma diferencia que observamos entre Dios con el artículo y Dios sin él, prevalece también entre el Logos con él y sin él? Debemos indagar en esto. Así como el Dios que está sobre todas las cosas es Dios con el artículo, no sin él, así el Logos es la fuente de esa razón (Logos) que reside en toda criatura racional; la razón que está en cada criatura no es, como la anterior, llamada por excelencia el Logos. (…)  pero que todo lo que está más allá del Dios mismo se hace Dios por participación en su divinidad, y no debe llamarse simplemente Dios (con el artículo), sino más bien Dios (sin artículo). Y así, el primogénito de toda la creación, quien es el primero en estar con Dios y en atraer hacia sí la divinidad, es un ser de rango más exaltado que los demás dioses además de Él, de quien Dios es el Dios, como está escrito: El Dios de los dioses, el Señor, ha hablado y ha llamado a la tierra. Fue por los oficios del primogénito que se convirtieron en dioses, pues Él tomó de Dios en generosa medida para que se convirtieran en dioses, y se los comunicó según su propia generosidad. El verdadero Dios, entonces, es El Dios, y quienes son creados a partir de Él son dioses, imágenes, por así decirlo, de Él, el prototipo. Pero la imagen arquetípica, de nuevo, de todas estas imágenes es el Verbo de Dios, quien existía en el principio, y quien, estando con Dios, es Dios en todo momento, no por poseerlo de sí mismo, sino por estar con el Padre, y no continuar siendo Dios, si así lo consideramos, excepto permaneciendo siempre en ininterrumpida contemplación de las profundidades del Padre”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,2).

“Porque el que en otro tiempo era hombre, después de haber sido tentado y haberse apartado de Él el diablo hasta el hasta el momento de su muerte, ha resucitado de entre los muertos y no muere ya más. Todo hombre está sometido a la muerte; por tanto, este que jamás muere ya no es un hombre, sino Dios. Y si es Dios el que en otro tiempo fue hombre y si te conviene hacerte semejante a Él puesto que seremos semejantes a Él y lo veremos tal cual es, tienes necesidad de convertirte en Dios, en Cristo Jesús, a quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”. (Homilías Sobre el Evangelio de Lucas, 29).

“Ahora bien, es posible que a algunos les disguste lo que hemos dicho al representar al Padre como el único Dios verdadero, pero admitir a otros seres además del Dios verdadero, que se han convertido en Dioses al tener una parte de Dios. Pueden temer que la gloria de Aquel que supera a toda la creación pueda ser rebajada al nivel de esos otros seres llamados Dioses. Establecimos esta distinción entre Él y ellos al mostrar que Dios el Verbo [la Palabra] es para todos los demás Dioses el ministro de su divinidad. (…) el Padre es la fuente de la divinidad, el Hijo de la razón. Así como hay muchos Dioses, pero para nosotros hay un solo Dios Padre, y muchos Señores, pero para nosotros hay un solo Señor, Jesucristo, así hay muchos Λόγοι, pero nosotros, por nuestra parte, oramos para que ese único Λόγος esté con nosotros, el que era en el principio y estaba con Dios, Dios el Logos. (…) Primero, hablamos de Dios y la Palabra de Dios, y de los Dioses, es decir, seres que participan de la deidad (…) Ahora bien, el Dios del universo es el Dios de los elegidos, y en un grado mucho mayor, de los salvadores de los elegidos; luego es el Dios de estos seres que son verdaderamente Dioses, y luego es el Dios, en una palabra, de los vivos y no de los muertos”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,3).

“Así también, del único Dios, muchos son llamados dioses, es decir, todos aquellos en quienes Dios habita. Pero «para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas» [1 Corintios 8:6]. Así pues, hay un solo Dios verdadero, quien es, por así decirlo, el proveedor de la deidad”. (Comentario sobre Isaías, citado por Pánfilo en Apología de Orígenes, 116).

“Aquí se llama al Salvador simplemente luz. Pero en la Epístola Católica de este mismo Juan leemos que Dios es luz. Esto, que se ha sostenido, prueba que el Hijo no es, en esencia, diferente del Padre. (…) Pero en la proporción en que Dios, siendo Padre de la verdad, es más y más grande que la verdad, y siendo Padre de la sabiduría, es mayor y más excelente que la sabiduría, en la misma proporción es más que la luz verdadera. Podemos aprender, quizás, de una manera más sugestiva, cómo el Padre y el Hijo son dos luces, de David, quien dice en el Salmo treinta y cinco: En tu luz veremos la luz”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,18).

“Consideremos, sin embargo, con un poco más de cuidado qué es la Palabra que está en el principio [Juan 1:1-2]. A menudo me pregunto al considerar lo que se dice de Cristo, incluso por parte de quienes creen fervientemente Él. (…) Pero cuando llegan al título Logos (Palabra) y repiten que solo Cristo es la Palabra de Dios, no son consistentes, y a diferencia de lo que ocurre con los demás títulos, no indagan en el significado del término Palabra. Me asombra la estupidez de la mayoría de los cristianos en este asunto. No me ando con rodeos; no es más que estupidez. (…) Y vale la pena fijar nuestra atención por un momento en aquellos eruditos que omiten la consideración de la mayoría de los grandes nombres que hemos mencionado y consideran este [la Palabra] como el más importante. (…) preguntan: ¿Qué es el Hijo de Dios cuando se le llama la Palabra? El pasaje que más emplean es el de los Salmos: «Mi corazón ha producido una buena Palabra»; e imaginan que el Hijo de Dios es la expresión del Padre, depositada, por así decirlo, en sílabas, y, en consecuencia, no le permiten, si las examinamos con más detalle, ninguna hipóstasis independiente, ni tienen clara su esencia. No quiero decir que confundan sus cualidades, sino el hecho de que posee una esencia propia. Pues nadie puede entender cómo aquello que se dice que es la Palabra puede ser un Hijo. Y tal Palabra animada, al no ser una entidad separada del Padre y, por consiguiente, al no tener subsistencia, no es un Hijo, o si lo es, digamos que Dios la Palabra es un ser separado y tiene una esencia propia”. (Comentario al Evangelio de Juan, 1,23).

“Pues no debemos, por su nombre y naturaleza femenina, considerar la sabiduría y la rectitud como femeninas; pues estas cosas son, a nuestro entender, el Hijo de Dios, como lo demostró su auténtico discípulo al decir de Él: «Quien por Dios nos ha sido hecho sabiduría, justicia, santificación y redención». Y aunque podamos llamarlo un segundo  Dios, que sepan los hombres que con el término segundo Dios no nos referimos a otra cosa que a una virtud capaz de incluir todas las demás virtudes, y a una razón capaz de contener toda la razón existente en todas las cosas, que ha surgido de forma natural, directa y para el bien común, y que, decimos, residió en el alma de Jesús y se unió a Él en un grado muy superior al de todas las demás almas, ya que solo Él fue capaz de recibir plenamente la mayor parte de la razón absoluta, la sabiduría absoluta y la rectitud absoluta”. (Contra Celso, 5,39).

“El Unigénito es por naturaleza y desde el principio Hijo, y el Espíritu Santo parece necesitar del Hijo para que le administre su esencia, de modo que le permita no solo existir, sino ser sabio, razonable y justo, y todo lo que debemos pensar de Él.” (Comentario al Evangelio de Juan, 2,6).


5. Las Referencias de Orígenes Hacia los Monarquianos de su Tiempo

Orígenes admitió que la mayoría de los cristianos de su tiempo, eran monarquianos (unicitarios). Estos consistían de grandes multitudes que se preocupaban sinceramente por la religión, dentro los cuales había gente sencilla pero también eruditos, que enseñaban que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, eran solamente designaciones o nombres para distinguir al único Dios según su actividad. Los monarquianos sostenían que no hay distinción en cuanto al número divino, porque se trata de la misma hipóstasis (del mismo ser verdadero, de la misma sustancia pura), del mismo sujeto (de la misma persona), de la misma ousía (sustancia o subsistencia), de la misma naturaleza (calidad, cualidad o propiedad de la existencia), y del mismo sustrato (sustancia subyacente). Los monarquianos creían que el Logos (la Palabra) es la expresión del Padre, creían que el Hijo es Dios en todo, le atribuían todo a él, no conocían más que a Jesucristo y a este crucificado y lo consideraban como su Dios Padre. Ellos no creían (como sí lo creía Orígenes y el naciente protrinitarismo), que la Palabra fuera una hipóstasis independiente que poseía su propia esencia o subsistencia.

Para corroborar lo anterior, presentamos varias citas de Orígenes, tomadas de sus siguientes obras: Comentario al Evangelio de Juan, Comentario al Evangelio de Mateo, Comentario a la Epístola de Tito, Comentario a la Epístola a los Romanos y Diálogo con Heráclides:  

“Pero Dios el Logos, es el Dios, tal vez, de aquellos que le atribuyen todo y lo consideran su Padre. (…) Una segunda clase son aquellos que no conocen nada más que a Jesucristo y a este crucificado, considerando que la Palabra hecha carne es la Palabra completa, y conociendo solo a Cristo según la carne. Tal es la gran multitud de los que se cuentan como creyentes”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,3).

“Consideremos, sin embargo, con un poco más de cuidado qué es la Palabra que está en el principio [Juan 1:1-2]. A menudo me pregunto al considerar lo que se dice de Cristo, incluso por parte de quienes creen fervientemente Él. (…) Pero cuando llegan al título Logos (Palabra) y repiten que solo Cristo es la Palabra de Dios, no son consistentes, y a diferencia de lo que ocurre con los demás títulos, no indagan en el significado del término Palabra. Me asombra la estupidez de la mayoría de los cristianos en este asunto. No me ando con rodeos; no es más que estupidez. (…) Y vale la pena fijar nuestra atención por un momento en aquellos eruditos que omiten la consideración de la mayoría de los grandes nombres que hemos mencionado y consideran este [la Palabra] como el más importante. (…) preguntan: ¿Qué es el Hijo de Dios cuando se le llama la Palabra? El pasaje que más emplean es el de los Salmos: «Mi corazón ha producido una buena Palabra»; e imaginan que el Hijo de Dios es la expresión del Padre, depositada, por así decirlo, en sílabas, y, en consecuencia, no le permiten, si las examinamos con más detalle, ninguna hipóstasis independiente, ni tienen clara su esencia. No quiero decir que confundan sus cualidades, sino el hecho de que posee una esencia propia. Pues nadie puede entender cómo aquello que se dice que es la Palabra puede ser un Hijo. Y tal Palabra animada, al no ser una entidad separada del Padre y, por consiguiente, al no tener subsistencia, no es un Hijo, o si lo es, digamos que Dios la Palabra es un ser separado y tiene una esencia propia”. (Comentario al Evangelio de Juan, 1,23).

“Ahora bien, hay muchos que se preocupan sinceramente por la religión y que caen aquí en una gran perplejidad. Temen estar proclamando dos dioses, y su temor los lleva a doctrinas falsas y perversas. O bien niegan que el Hijo tenga una naturaleza propia y distinta, además de la del Padre, y hacen que aquel a quien llaman Hijo, sea Dios en todo menos en el nombre”. (Comentario al Evangelio de Juan, 2,2).

“Ahora bien, hay quienes caen en confusión sobre la relación entre el Padre y el Hijo, y debemos dedicarles unas palabras. Citan el texto: «Y además, somos hallados falsos testigos de Dios, porque hemos testificado contra Dios que Él resucitó a Cristo, a quien Él no resucitó» [1 Corintios 15:15], y otros textos similares que muestran que el que resucitó es otra persona distinta de aquel que fue resucitado; y el texto: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» [Juan 2:19], como si de ello se dedujera que el Hijo no difería en número del Padre, sino que ambos eran uno, no solo en cuanto a la sustancia [oὐσία], sino también en cuanto al sujeto [υποκειμενω], y que se decía que el Padre y el Hijo eran diferentes en algunos de sus aspectos [επίνοια], pero no en su hipóstasis. (Comentario al Evangelio de Juan, 10,21).

“Porque no debemos pensar que están 'con' él, quienes tienen opiniones falsas sobre él, en la fantasía de que lo están glorificando. Tales son aquellos que confunden el concepto de Padre e Hijo, y conceden que el Padre y el Hijo son uno en sustancia, distinguiendo la única sustancia subyacente [el único sustrato] solo en concepto y nombres. (Comentario al Evangelio de Mateo, 17,14).

“Además, no sin peligro pueden asociarse con la membresía de la Iglesia (…) aquellos que con más superstición que religión, deseando evitar la apariencia de decir que hay dos dioses, y sin embargo sin intención de negar la deidad del Salvador, afirman que el Padre y el Hijo tienen una y la misma sustancia [Latín: subsistentiam]. Es decir, dicen, de hecho, que la deidad recibe dos nombres según la diversidad de causas, pero que existe una sola hipóstasis [ὑπόστασις], es decir, una persona subyacente con dos nombres. En latín se les llama patripasianos [patripassians]”. (Comentario a la Epístola de Tito, citado por Pánfilo en Apología de Orígenes, 33).

“Pues hay muchos que, sin duda, anuncian y predican acerca del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero no con sinceridad ni de forma completa. Están, por ejemplo, todos los herejes que ciertamente anuncian al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; pero no los anuncian bien ni con fidelidad. Pues, (…) los confunden erróneamente al imaginar (…) que simplemente se les menciona con tres nombres. Pero quien anuncia bien la buena nueva otorgará a cada uno —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— sus propias características únicas; pero no confesará que exista diferencia alguna en esencia o naturaleza”. (Comentario a la Epístola a los Romanos, 8,5,9).

“Pero como nuestros hermanos se ofenden ante la afirmación de que hay dos Dioses, debemos formular la doctrina con cuidado y mostrar en qué sentido son dos y en qué sentido los dos son un solo Dios. (…) Sí, pues el hombre y la mujer «ya no son dos, sino una sola carne» [Génesis 2:24, Mateo 19:5-6], y el hombre justo y Cristo son «un solo espíritu» [1 Corintios 6:17]. Así pues, en relación con el Padre y Dios del universo, nuestro Salvador y Señor no es una sola carne ni un solo espíritu, sino algo superior a la carne y el espíritu, es decir, un solo Dios. (…) Por eso entendemos en este sentido: «Yo y el Padre somos uno». Al orar, por una parte, conservemos la díada; por la otra, aferrémonos a la unidad. De esta manera, evitamos caer en la opinión de quienes se han separado de la Iglesia y se han volcado en la noción ilusoria de la monarquía, que suprimen al Hijo como distinto del Padre y prácticamente suprimen también al Padre”. (Diálogo con Heráclides).

Celso, fue un filósofo pagano que escribió una obra llamada El Discurso Verdadero, en el que atacó al cristianismo. Allí, Celso describió al cristianismo en términos monarquianos, lo que demuestra una vez más, que el cristianismo era la fe sostenida por la mayoría de los creyentes. Orígenes le respondió a este filósofo, en su tratado Contra Celso.

Hablando sobre la posibilidad de conocer a Dios, Celso dijo que los cristianos afirmaban:

«Puesto que Dios es grande y difícil de ver, puso su propio Espíritu en un cuerpo semejante al nuestro, y nos lo envió para que pudiéramos escucharlo y conocerlo». (Celso, Citado por Orígenes en Contra Celso, 6,69).

Orígenes protestó, diciendo que lo que había dicho Celso era una conjetura probable, pero esta no tenía en cuenta que el Padre no es el único ser que es grande, porque él impartió una parte de sí mismo y de su grandeza al Dios Palabra, que es también su unigénito y primogénito, y este, y no el Padre, fue quien se hizo carne. (Ver Contra Celso, 6,68-70).

Celso también dijo:

«Si estas personas adoraran a un solo Dios y a ningún otro, tal vez tendrían un argumento válido contra la adoración de otros. Pero rinden excesiva reverencia a alguien que acaba de aparecer entre los hombres, y no consideran ofensa contra Dios adorar también a su siervo». (Celso, Citado por Orígenes en Contra Celso, 8,12).

Como respuesta, Orígenes citó a Juan 10:30, donde Jesucristo dijo: «Yo y mi Padre somos uno», y a Juan 14:10 donde dijo: «yo estoy en el Padre, y el Padre en mí», para decir que los cristianos no adoran a nadie más que al Dios supremo. Orígenes, además dijo:

“Y si alguien, por estas palabras, teme que nos pongamos del lado de quienes niegan que el Padre y el Hijo sean dos personas (…) Adoramos, por tanto, a un solo Dios, el Padre y el Hijo (…)     Adoramos, por tanto, al Padre de la verdad y al Hijo, que es la verdad; y estos, aunque son dos, considerados como personas o subsistencias, son uno en unidad de pensamiento, armonía e identidad de voluntad”. (Contra Celso, 8,12).

Celso dijo:

«Si les dijeras que Jesús no es el Hijo de Dios, sino que Dios es el Padre de todos y que solo Él debe ser verdaderamente adorado, no estarían dispuestos a dejar de adorar a aquel que es su líder en la sedición. Y lo llaman Hijo de Dios, no por una reverencia extrema hacia Dios, sino por un deseo extremo de ensalzar a Jesucristo». (Celso, Citado por Orígenes en Contra Celso, 8,14).

Orígenes le respondió:

Concedemos que hay algunos individuos entre las multitudes de creyentes que no estén totalmente de acuerdo con nosotros, y que afirman incautamente que el Salvador es el Dios Altísimo; sin embargo, no estamos de acuerdo con ellos, sino que creemos en Él cuando dice: «El Padre que me envió es mayor que yo». Por lo tanto, no hacemos a Aquel a quien llamamos Padre inferior al Hijo de Dios, como nos acusa Celso”.

Semejante admisión hecha por Orígenes en una obra que intentaba impactar a los paganos, demuestra lo extendido que estaba el monarquianismo.     

 

Obras Consultadas

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